domingo, 21 de julio de 2013

Sobre esencias , relaciones y luchas de clase




Algunas observaciones en forma de carta abierta sobre el debate entre el Nega y Pablo Iglesias Turrión (cf. artículos ¿Quiénes son los de abajo? en Público y La clase obrera hoy: canis e informáticos (Respuesta a Pablo Iglesias Turrión) en Kaosenlared)

Con todo mi respeto hacia Pablo y el Nega, considero que ambos tienen una visión premarxista de las clases y dan prioridad a las clases -concebidas como sujetos- respecto de la lucha de clases que las constituye como tales. Ciertamente, el artículo de Pablo Iglesias Turrión tiende a desdibujar los contornos de la clase obrera actual, prefiriendo expresiones como "los de abajo", mientras que el Nega describe una clase obrera con una identidad claramente definida y con historias individuales y familiares muy características. Ambos de sitúan, a pesar de sus indudables diferencias, en el plano de una fenomenología sociológica de las clases. Sin embargo, desde Marx, esta visión sociológica no se sostiene: la lucha de clases -como afirmaba mi querido maestro Althusser- prima sobre la lucha de clases. Louis Althusser en su Respuesta a John Lewis recordaba la necesidad de superar los dualismos imaginarios : "hay que superar la imagen del campo de rugby, por lo tanto, de dos grupos de clases que llegan a las manos, para considerar lo que hace de ellas clases y clases antagonistas: a saber la lucha de clases. Primacía absoluta de la lucha de clases (Marx, Lenin). No olvidar nunca la lucha de clases (Mao)." Las clases se hacen en su lucha, pero en ningún modo preexisten a esta. Pensar las clases desde un punto de vista materialista  es pensar sus condiciones de existencia, las causas que las determinan a existir y actuar. Las clases son como toda realidad efecto de una causa. La causa que hace que existan clases es la división esencial de la sociedad de clases entre quienes se apropian los medios de producción y la riqueza y quienes se ven expropiados de ellos. Esa división estructural de todas las sociedades de clase se expresa como una lucha, concretamente la lucha de clases. Los sujetos de esta lucha (las clases) no son así origen sino resultado, efecto, como lo es, por cierto, todo sujeto para el materialismo. 

Solo la lucha de clases, por otra parte, produce la variedad de manifestaciones del proletariado y de las clases capitalistas que hoy nos desorienta, esa variedad que hoy resulta irreductible a las formas simples de representación que algunos añoran, pero que no excluye sino que implica la lucha de clases y la consiguiente constitución y composición de las clases en esta misma lucha. Es, por lo demás, la propia lucha de clases la que reconfigura los contornos de las clases y hace que se produzcan ciertos fenómenos de convergencia entre sectores proletarios cuya actividad puede llegar a integrar un fuerte componente intelectual y sectores de la pequeña burguesía empobrecida. En los repartos de pizza y los supermercados, pero también en la industria informática o en los centros de prueba de videojuegos coinciden -como muy bien observa el Nega- estos dos sectores. Lo que está en juego -y, de nuevo, es una cuestión de lucha de clases- es en favor de qué sector se hará la unidad, más allá de la coincidencia de hecho. En otros momentos, una convergencia laboral y local de este tipo podría haber servido para afirmar la universalidad de la "clase media", hoy, en tiempos de rapiña, el mito de la clase media se desvanece y los distintos sectores que integraban esa nebulosa ocupan nuevos lugares. Si en el siglo XIX nos encontrábamos en plena formación de la clase obrera (Thompson hablaba de The Making of the English Working Class -el "hacerse" de la clase obrera inglesa), hoy nos encontramos ante el deshacerse (the Unmaking) de esta y una profunda recomposición del proletariado sobre bases productivas y sociales distintas, pero también ante el desvanecimiento del mito de la "clase media" como clase universal. Hoy, la única "clase universal" es la multitud explotada, el proletariado en sus diversas composiciones.

Por esta misma razón, la afirmación de que el 15M fue una movilización pequeñoburguesa obedece a una postura meramente sociológica y descriptiva que no tiene en cuenta que parte del nuevo proletariado puede provenir de la pequeña burguesía empobrecida. Es algo que afirmó, por cierto, recientemente, Slavoj Zizek a quien no creo que el Nega tenga en sus altares en un artículo que lleva por -elocuente título "The Revolt of the Salaried Bourgeoisie" ("La revuelta de la burguesía asalariada"). La pertenencia al proletariado tiene que ver, sin embargo, con la explotación y la expropiación, con el lugar que un individuo ocupa en las relaciones de producción en función de su relación a los medios de producción y a la riqueza social. La apropiación/expropiación de los medios de producción y subsistencia es lo que está en juego, no un determinado conjunto de rasgos sociales o culturales, ni una forma concreta de conciencia.

Yo no he leido -aún- Chavs, pero estoy plenamente de acuerdo con el Nega en que este sector de "canis", de gente plebeya y de mal gusto de la que se ríe la pequeña burguesía que mira determinadas series televisivas es un elemento fundamental del proletariado. No ha habido revolución sin sans-culottes (sin calzones), descamisados, lazzaroni, gueux, perroflautas, çapulçuklar u otras figuras de la plebe radicalizada bautizadas con nombres supuestamente insultantes por las clases dominantes. Lo plebeyo es esencial en la estética de toda revolución: basta viajar a Cuba para ver la curiosa mezcla de estética plebeya generalizada y del elevado nivel de cultura general que ha producido el socialismo cubano. Estos "plebeyos cultos" son el resultado de una ruptura radical con la imagen burguesa de la plebe ignorante, lo cual demuestra que esa misma población que hoy mira series infames en la tele o sueña con hacerse las tetas puede también, en una posición de hegemonía, experimentar importantes transformaciones, por mucho que muchos aspectos no burgueses ni refinados de su imagen sigan manteniéndose. La lucha de clases ha pasado por ahí. El comunismo no es el nacionalismo identitario del proletariado sino el movimiento real de este, su siempre variable definición en y por la lucha de clases.

En cuanto a Antonio Negri, conviene recordar que el término "precariado" en su obra es reciente y meramente descriptivo. El concepto central del último Negri -en la trilogía de Imperio- es el de "multitud" y no el de precariado. Negri es demasiado marxista para dar ningún tipo de centralidad a un concepto esencialmente jurídico ("precariado" define una situación contractual o no contractual) como el de "precariado". Ahora bien, la multitud se define en la obra reciente de Negri por su expropiación, incluso por su "pobreza", es un concepto del proletariado, pero de un proletariado que, a diferencia de la "clase obrera", es, en su enorme diversidad, irrepresentable. Como bien afirma el Nega, los de abajo siempre han sido precarios e irrepresentables, como esas mujeres obreras que trabajaban limpiando suelos de los señoritos en la más absoluta precariedad. Y es que el proletariado, como recuerda Silvia Federici, siempre ha estado compuesto también de mujeres, que durante mucho tiempo no estuvieron integradas en la actividad salarial y que hoy en gran medida se integran en ella de forma precaria. Esta mitad de la humanidad realiza, sin embargo, esenciales tareas de reproducción física, afectiva y cultural de la población trabajadora y de las propias clases dominantes. Naturalmente, las mujeres trabajadoras como los jornaleros, los reponedores de supermercado, los trabajadores de centros de llamadas, etc. son a la vez precarias y proletarias, aunque ciertamente siguen existiendo sectores no precarios -o, mejor dicho, menos precarios- del proletariado, como los integrantes de la clase obrera fordista que aún existe. En cierto modo, por lo demás, el carácter precario de su situación social y de sus ingresos ha sido siempre un rasgo propio del proletariado como clase expropiada y no una novedad del "postfordismo", aunque sea cierto que en esta fase del capitalismo la precariedad del trabajador se ha extendido y profundizado.

En este momento, cuando la lucha de clases de la burguesía es más intensa que nunca no creo que sea ocasión para debatir con gesto de cabreo y antipatía sobre quién pertenece o deja de pertenecer al proletariado: dejemos eso a los profesores de sociología. Lo importante es llegar a determinar posiciones efectivas que permitan resistir y vencer en esa lucha de clases, que nos permitan recuperar bienes comunes como la educación o la sanidad universales y salir del régimen social y político basado en la propiedad, instituyendo el libre acceso de todos a los comunes productivos y a la riqueza social. Habéis citado a una organización como Syriza: vale la pena recordar que algunos de los denostados "negristas" tuvimos la iniciativa de lanzar una carta abierta de apoyo a Alexis Tsipras y a su organización, entre cuyos primeros firmantes se encuentra un tal Antonio Negri. Dejémonos de debates estériles y dediquemos nuestro tiempo a constituir un instrumento que nos permita expulsar a la cleptocracia del poder, para situar en su lugar -como decía el viejo militante comunista Manolis Glezios en el reciente congreso fundacional de Syriza como partido- no a un nuevo partido sino "al propio pueblo". 


Un fuerte abrazo y mis más amistosos saludos comunistas a todos vosotros.

sábado, 13 de julio de 2013

La otra justicia


(English version of this text -thanks to Richard Mc Aleavey- available here)
(Artículo publicado en Las Voces de Pradillo)

La reivindicación de justicia pertenece sin duda al patrimonio moral y político del pueblo y del proletariado.
Exigir justicia significa desde ese punto de vista, rebelarse contra la desigualdad, contra cualquier situación en la que unos hombres puedan situarse por encima de otros, ejercer dominio sobre otras personas. La justicia debería permitir la igualdad social y política, pero en las actuales condiciones sociales no lo hace. Hoy, la justicia no garantiza la igualdad, sino la igualdad entre propietarios y su corolario inevitable, la desigualdad efectiva entre propietarios y no propietarios.
Quien solo disponga de su pellejo pero no tenga acceso a sus propios medios de producción y de vida, será formalmente igual al patrón a quien tiene que vender « su trabajo » para vivir, pero en la práctica, más allá de las fantasmagorías del derecho mercantil, en el duro mundio de la producción capitalista, reina la más perfecta desigualdad.
Reivindicar justica en estas condiciones significa exigir que se cumplan las cláusulas que sancionan jurídicamente una relación real de desigualdad. La reivindicación popular de justicia es, sin embargo, perfectamente legítima, pero solo puede tener eficacia si va unida a la construcción y al desarrollo de prácticas sociales que basen la igualdad no en la propiedad, sino en el libre acceso a los comunes productivos y a la riqueza social.
La reciente iniciativa de recrear un Socorro Rojo para organizar desde la base los servicios públicos y la asistencia social que los Estados niegan a la población, organizando la distribución de alimentos y otros bienes de primera necesidad a los cada vez más numerosos necesitados es una exdelente inciativa que va precisamente en el sentido de este tipo de justicia y de igualdad.
Hoy, la cuestión de la justicia está plenamente de actualidad en España con los escándalos que se dan últimamente a conocer y que afectan a las más altas esferas del gobierno y del Estado. Los papeles de Bárcenas y el caso Gürtel, entre otros muchos casos de corrupción, nos muestran que los más poderosos se han permitido desde años y con plena impunidad violar las leyes y servirse de los dineros públicos sin ningún escrúpulo.
Esto es perfectamente normal, por lo demás, en un régimen como el transfranquismo neoliberal español que, como los demás regímenes neoliberales, ha abandonado toda perspectiva de interés público y afirma que el gobierno debe defender en primer lugar el interés privado. Los servidores de un Estado privatizado son así los primeros en servirse, pues su interés forma parte de ese preciado interés privado que rendundará según los ideólogos neoliberales en beneficio del conjunto de la sociedad, en virtud del principio del trickle down o goteo hacia abajo.
Se ha podido ver en estos últimos años cómo ese goteo hacia abajo, acompañado de un enorme bombeo hacia arriba de la riqueza social, lo que ha hecho ha sido desecar completamente el suelo en que viven las mayorías sociales al privarlas de servicios públicos y derechos sociales que hasta ahora se habían considerado básicos. Pensar que el poni del PP, la residencia de la amante del Jefe del Estado a título de sucesor de Franco o la mansión barcelonesa de Urdangarín y Sra. se han financiado a costa de que los niños empiecen a desmayarse de hambre en los colegios, mueve a una explicable indignación y a una exigencia de justicia.
Sin embargo, la justicia no es la solución al problema que aqueja a nuestras sociedades. La mera exigencia de justicia, lo que podríamos denominar « justicialismo » tiene pocas perspectivas de cambiar efectivamente la realidad. Ciertamente existe corrupción, pero nadie debe hacerse ilusiones de que, acabando con la corrupción, las cosas vayan a mejorar sensiblemente para todos. Aunque se sentara en el banquillo a todo el gobierno y al partido mayoritario de la « oposición » junto a los más altos exponentes de la familia Borbón, aunque se les condenara a duras penas y se hiciera justicia con ellos, restableciendo así las condiciones jurídicas formales del reparto de la riqueza, la situación de la inmensa mayoría de la sociedad seguiría siendo catastrófica, no porque no se aplicasen las leyes y el derecho, sino en virtud de la estricta aplicación de este.
La deuda financiera ilegítima que está arruinando a las familias y liquidando servicios públicos esenciales seguiría vigente con todas las catastróficas consecuencias que hoy conocemos. Solo un acto formalmente ilegal conforme a la legislación vigente como el impago de las deudas privadas y públicas ilegítimas puede hacer cambiar las cosas. Para eso no basta exigir justicia, sino construir la fuerza social capaz de imponer esa ruptura y de resistir eficazmente desde abajo al empobrecimiento.
La lógica de la propiedad es aquella mediante la cual el avaro Schyllock de Shakespeare podía exigir legalmente a su deudor el pago de una libra de carne cercana al corazón. Hay que romper esa lógica asesina, no en nombre del derecho y de la justicia actuales, basados en la propiedad, sino en nombre de otro derecho y otra justicia que basen la igualdad y la justicia, no en la propiedad sino en el libre acceso a los bienes comunes. Solo así tendremos una justicia y una igualdad arraigadas en sus condiciones materiales de realización.

lunes, 8 de julio de 2013

Snowden y el nuevo Imperio


(This text is available in English here thanks to Richard Mc Aleavey)

La revista alemana Der Spiegel acaba de publicar una entrevista con Edward Snowden en la que este declara que, a pesar de las hipócritas protestas oficiales por las escuchas masivas a autoridades y ciudadanos de la República Federal de Alemania, las autoridades de este país no solo sabían de estas escuchas, sino que las habían aceptado. Esta aceptación llegaba al punto de que, en la nueva base americana que prevén construir en un próximo futuro en territorio alemán, la Agencia Nacional de Seguridad de los Estados Unidos (NSA) para la que trabajaba Snowden, tendría un centro de escuchas. Muy probablemente, las próximas revelaciones de Snowden nos indiquen situaciones muy similares en otros países de la Unión Europea. Detrás de las -moderadamente- escandalizadas declaraciones de algunos dirigentes europeos ante las escuchas de la NSA, se esconde un tipo de relación con los Estados Unidos que ya no tiene nada que ver con la que media entre Estados soberanos.

Más allá de la anomalía formal que constituyen las escuchas a ciudadanos y autoridades, que violan a la vez la soberanía nacional de los Estados y los derechos constitucionales de la ciudadanía, existe una nueva constitución post-soberana basada en la transparencia unilateral. Los Estados Unidos tienen, en efecto, derecho a obtener datos sobre la ciudadanía y las autoridades europeas, sin que esta transparencia se ejerza de manera recíproca. Esto supone que el Estado norteamericano, concretamente su ejecutivo y sus servicios de inteligencia, ejercen prerrogativas soberanas sin limitación ni reciprocidad alguna en suelo europeo. Esto quedó, por cierto, muy claro cuando -también a propósito del caso Snowden- el ministro español de asuntos exteriores José Manuel García Margallo justificó la prohibición de sobrevuelo del espacio aéreo español al avión presidencial de Evo Morales con el argumento de que "nos dijeron que [Snowden] estaba en el avión". Basta así una indicación de la CIA o de la NSA para que Estados como el español actúen como brazos ejecutores del ejecutivo norteamericano.

La situación que describe Snowden en su entrevista, reacciones de obediencia automática como la del ministro Margallo o incluso otros elementos más dignos de un sainete como la intervención del embajador español en Viena proponiendo a Evo Morales tomar un café en su avión presidencial para "echar un vistazo", testimonian del hecho de que, más allá de las constituciones formales de nuestros Estados, está operando una constitución material que poco tiene que ver con aquellas. Los Estados modernos se basan, como se sabe, en un principio de soberanía interior y exterior que sirve de base a su ordenamiento interno y a sus relaciones con otros Estados. La soberanía exterior exige que los demás Estados reconozcan a un determinado Estado como la potencia que ejerce de manera exclusiva la administración efectiva de un territorio. La soberanía interna, desde Bodin, hace del soberano el detentor exclusivo de la autoridad política y del poder legislativo en un territorio determinado. Todo el sistema de garantías democráticas de los Estados liberales se basa en estos dos principios, pues si un Estado no puede ejercer su soberanía en su territorio, tampoco puede garantizar las libertades y derechos de sus ciudadanos. Las escuchas norteamericanas reveladas por Snowden son un caso claro de violación simultánea de la soberanía estatal de los Estados europeos -y de la débil instancia cuasi-federal que es la UE- y de los derechos civiles de los ciudadanos.

Desde un punto de vista material, más allá de las formalidades del derecho internacional y del derecho constitucional, hace tiempo que el orden soberano -cuyos rasgos principales acabamos de recordar- ha periclitado. Robert Cooper, uno de los asesores de Tony Blair que más hicieron para defender la invasión de Iraq -y que fue posteriormente asesor de Javier Solana en su cargo de Alto Representante para la Política Exterior de la UE y es hoy consejero del Servicio Europeo de Acción Exterior- explicó esta situación con meridiana claridad en un artículo de 2002 publicado en The Observer con el elocuente título de "Por qué todavía necesitamos imperios"("Why we still need empires"). En este texto, Cooper afirma que, tras la caída de los grandes imperios europeos que se repartían el mundo y el fin del reparto imperial de la Guerra Fría, nos encontramos con "dos nuevos tipos de Estado. En primer lugar, tenemos los Estados premodernos -a menudo excolonias- cuyos fracasos han conducido a una guerra hobbesiana de todos contra todos: son países como Somalia y, hasta hace poco, Afganistán. En segundo lugar, están los Estados postimperiales postmodernos que ya no piensan en la seguridad primordialmente en términos de conquista. Un tercer tipo lo constituyen los Estados "modernos" tradicionales como la India, Pakistán o China que se comportan como siempre lo han hecho los Estados, conforme a su interés y a la razón de Estado." Prosigue Cooper afirmando que "El sistema postmoderno en el que vivimos los europeos no se basa en el equilibrio, ni pone el acento en la soberanía ni en la separación de los asuntos interiores y exteriores. La Unión Europea se ha convertido en un modelo altamente desarrollado de interferencia mutua en los asuntos internos de los otros, que llega hasta la cerveza y las salchichas". Habría que añadir a la "cerveza y las salchichas" en un afán de exactitud, las libertades y los derechos, pues los Estados de la UE han abolido entre ellos -entre otros derechos- el derecho de asilo y han automatizado y simplificado enormemente los procedimientos de extradición.

Frente a este "club de amigos" que son la UE y otros Estados "postmodernos" como los Estados Unidos y el Japón, existe un mundo exterior tenebroso al que no se aplican las mismas reglas y frente al cual, según Cooper, "tenemos que empezar a acostumbrarnos a usar una doble vara de medir ("double standards)". Si la descolonización que acabó en los años 60 con los imperios coloniales europeos había reconocido la igualdad de todos los Estados como Estados soberanos, esta igualdad es cuestionada ahora desde las antiguas potencias coloniales: la idea de un derecho internacional universal desaparece en favor de la "doble vara de medir". Esta dualidad de normas se describe en los -crudos- términos siguientes: "Entre nosotros, operamos sobre la base de leyes y de una seguridad abierta y cooperativa. Sin embargo, cuando tratamos con Estados a la antigua, fuera del continente postmoderno europeo, tenemos que regresar a los métodos más bruscos de una era anterior: la fuerza, el ataque preventivo, el engaño, todo lo que sea necesario para hacer frente a quienes siguen viviendo en el mundo decimonónico regido por el principio de "cada Estado por sí mismo". La violencia imperial y la ilegalidad siguen así rigiendo como principios, cuando se trata del mundo premoderno y moderno. Por ello mismo, Cooper propone, para establilizar la situación, un nuevo orden imperial en el que los países postmodernos, como antaño "el hombre blanco" asuman directamente sus "responsabilidades" en la gestión de pueblos más primitivos reconstituyendo un orden imperial.

Con todo, la liquidación del orden jurídico no se para en las fronteras del mundo postmoderno. También los Estados europeos tienen sus jerarquías internas, como se puede apreciar en la actual gestión de la deuda de los países del sur de Europa, pero, sobre todo, están sometidos todos ellos a la potencia hegemónica norteamericana, cuyas órdenes, incluso administrativas o policiales, adquieren rango y fuerza de ley. Existe así lo que Cooper denomina un "imperialismo voluntario" con instituciones como el FMI y el Banco Mundial, que deciden también la suerte de los países desarrollados, pero lo que el discurso de Cooper oculta es la asimetría profunda de la relación con los Estados Unidos. La transparencia, para los Estados Unidos, es meramente unilateral: ellos, como soberano efectivo de ese ficticio mundo postmoderno, tienen pleno derecho a vigilar a administraciones y personas en Europa y lo tienen con el pleno reconocimiento y la plena aceptación de las autoridades europeas. De este modo, la política cuasi-totalitaria de espionaje masivo de las comunicaciones -que practican los Estados Unidos en las últimas décadas y que supera con creces a la de la Stasi en la República Democrática Alemana- puede extenderse a Europa. Además, puede incluso extenderse a las autoridades públicas de los Estados europeos, las cuales están dispuestas, en nombre de la "transparencia" y la "confianza" entre aliados, a dejarse espiar, tal vez para mostrar así su absoluta fidelidad al único soberano que reconocen. Decía Gramsci que el liberalismo se equivoca en la teoría y nos engaña cuando nos hace creer que la sociedad civil y el mercado deciden: "dado que en la realidad efectiva -la realtà effettuale- sociedad civil y Estado se identifican, hay que establecer que también el liberalismo es una "reglamentación" de carácter estatal  introducida y mantenida por medios legislativos y coercitivos: es un acto de voluntad consciente y no la expresión espontanea, automática del hecho económico". (Q13 §18, pp.1589-1590). 

El liberalismo mundializado también necesita un soberano: en la mayoría de los países este soberano son los Estados Unidos. Tal vez para deshacernos de él -y del neoliberalismo- como han empezado a hacerlo muchos países latinoamericanos sea necesario crear nuevas formas de soberanía basadas en una democracia federal europea de los comunes. El neoliberalismo impone la propiedad por encima de los comunes, pero la creación de Europa como realidad federal y democrática no puede basarse en una propiedad capitalista que solo una potencia soberana exterior puede tutelar, sino en el despliegue de los comunes productivos materiales e "inmateriales" europeos que ya existen. De ello depende nuestra libertad así como la posibilidad -hoy bloqueada- de que todos puedan acceder a unas condiciones de vida dignas.